martes, enero 3

Crónica de un primero


El calor desértico provoca en mi piel algo similar a la aguja del tatuaje; me duele (o en este caso me quema), pero me gusta. Podría soportarlo de cualquier modo, estoica, como la mañana de un primero de enero caminando entre la polvareda de chusca, por allí, en algún ayllú de San pedro. Debería llevar protector solar, pero la loción pierde importancia al no traer, si quiera, mi ropa de trabajo, y peor aun, mis sostenes.
Debería renunciar y volver a la cama (la mía), pero ya estoy aquí, sintiendo como mis pupilas tratan de pixelar los rostros, y mis tímpanos descifran como la clave morse, los mensajes varios que el bulbo comparte conmigo.
Ahora escucho a mi jefe diciéndome todas esas cosas referente a la lealtad y la responsabilidad, mientas el sol tatúa en mi la condena, la dulce condena...
Después de todo valió la pena, pienso, de vuelta entre la chusca, camino a casa, pensando en mis amigos, y yo, tirados todos, compartiendo la vida y la cerveza, arrojando al vacío los proyectos económicos, y como lagartija al sol, se calienta mi cabeza y me fundo, me fundo, entre la luz de mi mocedad y el canto sublime que un chincol.
( a mi amiga vania)